Femme

De joven quería ser una mezcla entre Audrey Hepburn y mujer fatal. De esas que son independientes, íntegras, seguras y bellas. Fuertes, femeninas con un descaro varonil, risa de muchacho, mirada que cierre bocas. Una femme fatale, de las que baja sombreros al pasar, deja corazones en cada puerto y amante sin compromisos. Uno, dos, tres... De esas que viajan con mochila al hombro y sombrero bohemio, y viven de las palabras y susurros, que comparten la piel, hasta el último vello y gota de sudor, y al despertar sólo encuentras una nota sin teléfono y pintalabios como firma. Quería ser libre de consciencia, moral firme y proposiciones clandestinas a media noche. De conversaciones filosóficas vestida con una sábana fina. Y de las que nunca, nunca lloran, ni se dejan influir, ni hacer daño, ni borran la sonrisa tras el último beso. De las que se quedan hasta el final del concierto y desayuna sin haber dormido; que cogen un autobús y regresan al día siguiente como si nada, pero con algo; de las que hacen transbordo de una semana en una ciudad de paso. Que aceptan copas en los bares, y ganan siempre al billar. De escote y regazo oculto pero presente. Una de esas mujeres que aman de verdad y se dan al completo por un par de días... o por uno, o por una noche o unas horas, y hacer eterno el momento. De las que no se olvidan.
Ya no hay mujeres como la que me gustaría haber sido...

... de las que no se enamoran.